«Justo tanto para el productor como para el consumidor»

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Justalana es una cadena productiva formada por cooperativas laneras, diferentes asociaciones de mujeres rurales, empresas recuperadas y puntos de venta especializados en comercio justo.

El pasado viernes 26 de marzo se presentó la primera y única colección de ropa realizada por una cadena solidaria de lana en Uruguay, Justalana. El proyecto cuenta con el respaldo del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), de la Intendencia de Florida y de la cooperación italiana, a través de la Región del Lazio.

Justalana busca brindar apoyo económico a diversos grupos de mujeres del área rural de Canelones, Florida, Montevideo y Rocha, pero además, se plantea conformar una cadena productiva que sea sostenible y justa para todos los eslabones que la integran; desde el productor de la materia prima hasta el consumidor final.

La producción de Justalana comenzó a venderse a partir de la semana pasada, particularmente, en la Criolla del Prado. Para conocer cómo funciona Justalana y cuáles son sus perspectivas conversamos con el sociólogo Pablo Guerra, coordinador del proyecto.

Juan Pablo Méndez — Para conocer el proyecto creo que sería necesario explicar el concepto de economía solidaria, ya que creo que los uruguayos no estamos del todo familiarizados con qué significa eso…

Pablo Guerra — No, ciertamente, aunque es uno de esos conceptos que sin duda han estado presentes en el escenario público en las organizaciones sociales en Uruguay con más presencia en los últimos años.

Digamos que la economía solidaria son varias cosas a la vez. Por un lado es un movimiento social que intenta mostrar cómo otra economía es posible. Ese es un lema que nació en el Foro Social Mundial por parte de diversas organizaciones sociales que además tienen una pata muy fuerte en lo económico y por lo tanto tienen numerosas experiencias en la producción, en la distribución, en el consumo, en el ahorro, en las finanzas. O sea, en las diversas variantes y etapas de la economía que se caracterizan por tener un fuerte componente solidario.

Le diría que la economía solidaria si bien ha tenido un desarrollo importante en los últimos 20 años, significa ni más ni menos, que podemos producir y que podemos hacer economía con solidaridad, con cooperación, con ayuda mutua, con conceptos de justicia social, con una fuerte dosis de equidad a la hora de distribuir y sobre todo apuntando a la integración de los sectores más desfavorecidos, con una visión crítica sobre los modelos de desarrollo que sólo aspiran al mero crecimiento económico y a la maximización del lucro; y que intenta — a pesar de tener un fuerte componente ideológico—, ser viable económicamente. Esos son los grandes desafíos. Mostrar que la solidaridad no solamente es un valor muy bonito, sino que también puede hacer muy viable muchos negocios.

En esta cadena de la lana nosotros hemos intentado juntar a los diversos actores de la economía solidaria, también conocida como economía social en otras latitudes. Desde hace un siglo y medio se habla de que la economía social son las cooperativas, las mutuales, las organizaciones comunitarias, las organizaciones autogestionadas, en un momento en el que el sistema político nacional, por ejemplo, cuando asumió el actual presidente, hablaba de la necesidad también de incorporar la autogestión en el plano productivo. Esta cadena de la lana justamente intenta algunas de esas cosas.

J.P.M. — ¿Cómo ve el desarrollo de la economía solidaria en el Uruguay? ¿Está implantada como una vía más o queda mucho camino?

P.G. — No, en el caso de Uruguay queda mucho camino.

A nivel de América Latina es un movimiento con mucho dinamismo, con políticas públicas que lo están fortaleciendo; por ejemplo, quiero señalar que la constitución del Ecuador declaró que su sistema es definido como de economía solidaria y por lo tanto hay políticas para promover el asociativismo, el cooperativismo, el comercio justo, el consumo responsable, la producción biológica, orgánica, las finanzas solidarias en todas sus variantes, y otros países han ido por el mismo camino. En Uruguay todavía estamos muy en pañales.

A pesar de eso, lentamente se van constituyendo algunos actores, fundamentalmente del sector artesanal. Muchos grupos asociativos del sector artesanal han entendido que la economía solidaria es un camino posible. Muchas cooperativas y empresas recuperadas lentamente también se han ido insertando en este proceso.

Lo que nos queda pendiente es una mayor consolidación a nivel de sociedad civil y sobre todo, políticas públicas que puedan dar un respaldo más allá de algunas acciones específicas como las que se están llevando a cabo muy lentamente en el Uruguay, aunque con perspectivas muy alentadoras. Por ejemplo, el Ministerio de Desarrollo Social acaba de crear una Dirección de Economía Social. Hay algunas intendencias que tienen personas capacitadas, formadas y que han tenido algunas políticas específicas de apoyo a la economía solidaria; sobre todo a la economía popular solidaria, a los sectores más vulnerables.

Hay mucho camino todavía por recorrer en este país.

J.P.M. — ¿Cuáles son los eslabones de la cadena de Justalana?

P.G. — Como toda cadena, pretende empezar por la a y culminar por la z, o sea: estar integrando actores desde el principio hasta el final.

En ese sentido es muy importante haber tenido el apoyo de la Central Lanera del Uruguay, porque en este país a pesar de que el sector lanero es un sector que se ha extranjerizado, todavía contamos con un componente muy importante de cooperativas nucleadas en una central. Por lo tanto, ahí nosotros tenemos resuelta la producción primaria. Nosotros captamos la lana de las cooperativas reunidas en la Central Lanera del Uruguay.

¿Qué tipo de lana? Lana de muy buena calidad, porque cuando vinieron nuestros técnicos del proyecto y revisaron la producción de nuestros grupos asociativos, de las mujeres tejedoras se percataron de que había dos grandes déficits y problemas a nivel del segundo eslabón de la cadena que es la confección y todas las diferentes etapas más vinculadas al teñido, elaboración de prendas, etc; uno era que la lana era de muy baja calidad, que de repente sí puede ser una materia prima de bajo costo y que puede ingresar en determinado sector, pero que difícilmente nos pueda servir para llevar al mercado extranjero como es nuestro propósito. Entonces tuvimos que procurar lana de muy buena calidad.

El otro asunto que debimos mejorar en el segundo eslabón fue el diseño. Prácticamente no había políticas de diseño por parte de los grupos de mujeres rurales, entonces el diseño lo mejoramos y lo hemos resuelto por parte de los italianos que son los top ten en esta materia.

J.P.M. — Saben de moda.

P.G. — Saben y bastante del tema, de manera que en nuestra cadena solidaria de la lana el diseño es elaborado, es resuelto por diseñadores italianos; la materia prima por las cooperativas nucleadas en Central Lanera del Uruguay y después tenemos el otro proceso de hilado, de teñido de forma absolutamente artesanal y 100% ecológica por parte de los distintos grupos de economía popular solidaria que tenemos en casi todos los rincones del país, pero que en esta primera etapa hemos tenido que concentrar en Florida, Canelones, Montevideo y Rocha que son los primeros cuatro departamentos con los que estamos comenzando.

J.P.M. — ¿Cómo se juntan? ¿Cómo se integran distintos grupos que están geográficamente muy separados?

P.G. — Ese asunto ya está resuelto.

Hay como una tendencia natural en los sectores populares a la asociatividad. En todo caso nosotros lo que hemos hecho durante muchos años es apoyar esa tendencia a la asociatividad, hablarles de economía solidaria y en ese momento es cuando estos emprendedores y emprendedoras descubren que hay todo un movimiento que está impulsando lo que ellas hacen en los hechos, que es confiar en la cooperación, en la solidaridad, distribuir con un criterio equitativo, cuidar el impacto al medioambiente y desde lo pequeño, desde lo local, mostrar que hay modelos de desarrollo alternativos.

Hay emprendimientos de mujeres que trabajan en la lana en muchísimos sitios y lo que nosotros hemos hecho ha sido congregar algunos de estos emprendimientos, hablarles de la necesidad de “tejer” una cadena, descubrir que en el marco de una cadena se podía acceder a una tecnología de diseño, a materia prima difícil de conseguir por los propios emprendimientos si es que no se unen entre varios, por ejemplo para lograr una compra significativa, y luego tener también unas economías de escala en materia logística, a la hora por ejemplo, de pensar en la exportación,, porque nosotros estamos pensando en exportar.

Este año 2010 queremos concretar las ventas por medio del comercio justo a Italia.

J.P.M. — Hemos hablado muchas veces con mujeres rurales por distintos emprendimientos y siempre está esa problemática de la mujer rural que a veces está un poco a la sombra de lo que es el hombre rural y que empiezan a ver a veces esas posibilidades de ganarse su propia plata, de realizar su propio emprendimiento, independientemente a lo que es el trabajo familiar en un pequeño predio.

¿Cómo están viendo estas mujeres ahora que el producto final que ya se está vendiendo y consumiendo?

P.G. — Bueno, es importantísimo que ven el producto final, porque además en muchos casos son personas que han sufrido un desgaste por parte de organizaciones sociales no gubernamentales que tienen mucha capacidad de trabajo pero que a veces pecan de numerosas instancias de evaluación, de monitoreo, etc. y no acuden a lo fundamental que quieren ellas, que es lograr cosas concretas que les permitan trabajar.

Entonces, en ese sentido el hecho de ya tener una línea de producción; unos modelos ya tejidos y elaborados por ellas; el hecho de que hayan descubierto una lana de bajo micraje; que hayan podido hilarla; que hayan explorado los distintos caminos para el teñido orgánico y que hoy estén viendo esos productos ha sido muy importante.

Aunque también con altibajos. Hay emprendimientos que no han podido afrontar los desafíos de este tipo de responsabilidad —en muchos casos, porque son emprendimientos habituados a tejer cada tanto, a cubrir alguna necesidad esporádica—. Lo que nosotros queremos con este proyecto es que realmente estos grupos puedan vivir de lo que están haciendo.

J.P.M. — ¿De cuántas mujeres estamos hablando?

P.G. — En esta primera etapa estamos hablando de 12 grupos participando y aproximadamente unas 90 tejedoras.

J.P.M. — Igual estarán pensando en expandir la cadena en cuanto se pueda.

P.G. — Por supuesto, porque además tenemos muchos grupos que nos han pedido ingresar, pero tenemos que ser muy responsables y ver realmente cuál es la demanda de este tipo de producto, imponer la marca Justalana, que de por sí misma habla de los componentes del producto; la lana por un lado y el justo que habla de la necesidad de incorporar dimensiones sociales y ambientales en toda esta línea.

J.P.M. — ¿Qué es el comercio justo? ¿Cuáles son los puntos de venta?

P.G. — Como es una cadena de economía solidaria, el último eslabón tiene que ser de economía solidaria.

En ese sentido es que los productos se venden por parte de organizaciones vinculadas a la economía solidaria y al comercio justo. En Uruguay, se vende en la tienda de economía solidaria en 25 de Mayo 687, Ciudad Vieja, y lo vamos a exportar a Italia por vía de los movimientos de lo que los italianos denominan el comercio “equo” (el comercio justo).

Quiero hablar del comercio justo porque me parece de esas cosas lindas, esperanzadoras. En un mundo con tanto problema es importante saber que hace 40 años un grupo de locos aspirando a hacer cosas concretas para cambiar la forma de comercializar, deciden juntarse en el norte, sobre todo en Europa, juntar a los consumidores, y hacer compras en conjunto a cooperativas del sur. Esto comienza con el café, que era un producto que estaba muy concentrado en grandes multinacionales, y este grupo decide nuclear a cooperativas de productores en el sur, pagarles un precio justo por el café y venderlo luego en Europa en distintos lugares, de repente a la salida de una iglesia o en los locales sindicales. Más tarde se fueron creando tiendas de comercio justo.Creo que la gente que tuvo la fortuna de estar en Europa debe de haber conocido alguna, porque hay miles de tiendas de comercio justo en todos los países europeos, de tal manera que desde 40 años a esta parte, las ventas en locales de comercio justo y en organizaciones vinculadas a este movimiento se han disparado, se han multiplicado y hoy es un negocio de una cifra muy importante que reúne no sólo al café sino a distintos productos de la canasta básica, artesanías y otros.

Nosotros intentamos que estos productos de lana sean vendidos, comercializados, sean promovidos por las redes de comercio justo en Europa, pero también queremos que no existan consumidores responsables no sólo en Estados Unidos, Europa y Japón, sino también en Uruguay, y por eso es que en América Latina en los últimos años se han creado tiendas de economía solidaria para volcar la producción local que se realice en determinado marco ético, valorativo, respetando determinados códigos para que el consumidor tenga la certeza de que lo que está comprando respeta la dignidad del trabajador y respeta una serie de normas en todo el proceso.

J.P.M. — Además, se intenta eliminar un poco lo que es la intermediación especulativa que existe hoy por hoy cada vez que vamos a comprar algo.

P.G. — Sí. Las experiencias más lindas de comercio justo y de economía solidaria en el continente tienen que ver con los productores de alimentos, y nosotros sabemos muy bien lo qué recibe un pequeño productor en su predio por un kilo de manzanas, de mandarinas o de zapallitos. Entonces, lo que han logrado es generar ellos mismos alianzas, estrategias para poder comercializarlos de manera de recortar las cadenas de intermediación. En el comercio justo se intenta eso; se intenta que el grueso del precio final vaya al destino que corresponde, que son los productores.

En ese sentido uno de los principios del comercio justo es la cristalinidad y nosotros tenemos muy claramente especificado cuánto del precio de venta final del producto llega al productor. Queremos que la gente sepa que si está pagando $ 1.000 un buzo, cuánto va para cada parte.

J.P.M. — En el arranque usted mencionaba el tema de la economía solidaria que va unido al tema del comercio justo. Son cosas que están “en pañales” en Uruguay. Este proyecto por más fantástico que nos parezca, siempre tenemos que tener en cuenta que tiene el apoyo del Ministerio de Desarrollo Social, el apoyo de una intendencia y además apoyo internacional.

¿Qué proyección tiene un tipo de proyecto como este sin estos apoyos? ¿Puede constituirse como algo sólido y dejar esos apoyos de lado?

P.G. — La evidencia demuestra que excepcionalmente se puede partir de condiciones de vulnerabilidad y por medio de la autogestión lograr un éxito desde el punto de vista de un plan de negocios. Son las excepciones, y existen varios, pero nosotros tenemos que apostar a que existan políticas públicas que puedan invertir en este tipo de emprendimientos de forma muy profesional, de manera que realmente no estemos generando falsas expectativas entre la gente, de manera que podamos ir construyendo este proceso autogestionario, cosa nada sencilla porque vivimos en una sociedad individualista, consumista, donde hablar de autogestión, de cooperación, de consumo responsable es ir en cierta medida a contracorriente.

J.P.M. — Más allá del tipo de caracterización de sociedad que hacía recién, me decía que donde está más desarrollada la economía solidaria es en las economías del norte; economías que son muchísimo más individualistas y donde el capitalismo está muchísimo más exacerbado.

P.G. — Si, en el plano de la comercialización está desarrollado más en el norte; la producción está más focalizada en el sur porque al norte se le dificulta mucho tener realmente este tipo de cosas que hemos logrado nosotros, grupos de mujeres que sigan practicando técnicas artesanales, que respeten los procesos biológicos y que se junten en cooperativas y se vinculen. Eso es difícil de practicar en el norte.

J.P.M. — ¿Cómo se soluciona el problema de los puntos de venta en Uruguay? ¿Cómo se estimula el comercio justo en Uruguay, y no dependiendo siempre de lo que se pueda llegar a vender en Europa o en Estados Unidos?

P.G. — Es un gran desafío. Eso no lo sabemos con certeza. Tenemos que explorar esos canales. Hace dos años se creó una tienda de economía solidaria. Es una forma de explorar esos canales, pero tiene que haber muchos más ejemplos de cosas que han funcionado en otros países o que se están poniendo en funcionamiento.

Necesitamos políticas públicas que por ejemplo permitan que las escuelas públicas puedan consumir productos locales y orgánicos de los alrededores. Eso es fundamental. Si nosotros pudiéramos lograr que las escuelas públicas compren el tomate y la lechuga a productores orgánicos de sus localidades, estaríamos dando un gran paso en materia de consumo responsable. Si lográramos por ejemplo, como hizo el Parlamento europeo, que todo el café que se consume en el Parlamento nacional sea un café producido de forma ecológica, de forma orgánica y por cooperativas, estaríamos dando otro paso.

Esos son ejemplos muy concretos, no de teorías sino de prácticas, de hechos que ocurren y que demuestran cómo con determinadas políticas y con determinadas acciones muy concretas, se puede ganar terreno en el mercado.

J.P.M. — Apunta sobre todo, a partir de un cambio de la “cabeza” del Estado, también cambiar la “cabeza” del consumidor.

P.G. — Cambiar la “cabeza” del consumidor. Y no sólo del Estado; la sociedad civil organizada es fundamental. Lo que pasa es que también tenemos que entender que el Estado tiene un rol muy importante en estas materias.

J.P.M. — Muchos oyentes estarán pensando que este proyecto es una buena idea y está bueno llevarla a la práctica, pero qué pasa cuando se elabora todo esto artesanalmente y cuando llega al consumidor tiene que pagar más. ¿Este producto tiene competitividad en los precios con otros productos o no? ¿Cuánto valen?

¿Nos puede dar ejemplos?

P.G. — La discusión del precio es interesantísima porque nos reunimos con todas las tejedoras y vamos viendo cuánto se gastó en la lana, cuánto se gastó en esto y en esto otro; qué precio le fijamos para el hilado, el teñido. Eso se discute con los grupos; se discute autogestionadamente.

J.P.M. — ¿Participan los puntos de venta también en la discusión?

P.G. — La tienda Ecosol le fija un porcentaje que es el 24%, el 24% del producto del precio de venta al público queda en la tienda Ecosol, que además es una tienda de productores; no tiene un dueño y es para financiar los gastos mínimos.

J.P.M. — Sabemos que hay tiendas que le sacan el 200% o el 300%.

P.G. — Sin dudas.

Ahora, respondiendo a su pregunta, hace unos días nos sentamos y empezamos a marcar el precio y tenemos precios de chalecos y buzos, que van entre los $700 y $1.400 teniendo en cuenta que la lana es de muy buena calidad y son 100% lana, no hay nada de acrílico. Nos llamó mucho la atención que la mayoría de los buzos de lana que andan por ahí, que podemos ver en todos los sitios, tienen un gran componente de acrílico.

Teniendo en cuenta eso y teniendo en cuenta que intentamos pagar un precio digno para el trabajador discutido y autogestionado, nos parece que no es un precio que esté por encima de lo normal. Nos parece incluso que es un buen precio, justo tanto para el productor como para el consumidor.

J.P.M. — ¿Cuánto costó fijar esos precios?

P.G. — Costó, costó. Costó una tarde incluso con emprendimientos que nos decían que era injusto lo que estaban recibiendo pero la propia dinámica participativa lleva a que finalmente todos de forma consensuada estipulemos eso.

¿Sabe cuál es la gran dificultad? La tentación de decir: “Necesito para tejer este buzo tanta cantidad de dinero” y que ocurra que después el precio se nos dispare y no sea competitivo en el mercado.

Esas son las cosas que hay que saber trabajar y son las cosas lindas de discutir con nuestros productores para que en definitiva sepan cómo se construye un precio.

Eso les va a servir para este proyecto que estamos trabajando ahora y para múltiples proyectos propios que tiene cada una de estas tejedoras y cada uno de estos emprendimientos el día de mañana cuando quieran salir ellas mismas al mercado, como de hecho ya salen.

J.P.M. — ¿Cuándo se podría concretar la exportación?

P.G. — En este año. La idea era que en mayo en una feria muy importante en Florencia sobre el comercio justo italiano, se pudiera mostrar. No vamos a llegar para mayo, pero seguramente para el invierno nuestro y el verano europeo estén las prendas allí, entonces vamos a tener que esperar al próximo invierno europeo para que se consoliden las ventas.

J.P.M. — Claro, en el otoño europeo ya van entrando las colecciones de invierno.

P.G. — Sin dudas que las prendas tienen que estar allí; tienen que empezar a ser divulgadas para insertarse en la cadena logística.

J.P.M. — Aquí, si las quiero comprar ¿a dónde voy?

P.G. — Esta semana estamos en la Criolla del Prado en un local pegado al de la Intendencia de Florida y a partir de esta semana va a estar en la tienda Ecosol que queda en 25 de Mayo 687. Son puntos de venta que respetan los principios de la economía solidaria y del comercio justo.

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