«La humanidad no entendió que este camino de desarrollo es insustentable»

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Gerardo Honty, investigador e integrante de la Red de Acción Climática Internacional, concurrirá a la reunión en Copenhague que marcará el rumbo para la renovación del Procolo de Kioto.El próximo 7 de diciembre va a empezar en Copenhague la mayor reunión que se ha registrado en la historia de la humanidad sobre cambio climático. Hasta hace pocos minutos, había 15.000 personas registradas para participar de esta cumbre que va desde el 7 hasta el 18 de diciembre, organizada por las Naciones Unidas.

Prácticamente la mitad de los registrados son integrantes de delegaciones oficiales que están representando a 191 países. La otra mitad, son básicamente miembros de organizaciones no gubernamentales.

Hasta este momento 98 jefes de Estado y de gobierno confirmaron su presencia en la capital de Dinamarca para negociar un acuerdo para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que pueda sustituir al Protocolo de Kioto que se firmó en el año 1997 y que expira en el año 2012. Va a ir el presidente de Estados Unidos, Barak Obama y han confirmado la presencia 27 líderes de la Unión Europea; también el brasileño Luis Inácio Lula Da Silva; el mexicano Felipe Calderón; los primeros ministros de China, de Australia; el presidente de Indonesia y también van a haber autoridades de Naciones Unidas, FAO, ONUDI (una dependencia de las Naciones Unidas que ayuda al desarrollo industrial de los países); y también van a estar las ONG’s en gran número, que están preparando una gran batería de medidas para que su voz se escuche y tener presencia muchas de ellas en los medios de comunicación.

Greenpeace ya está anunciando toda una larga serie de eventos; dicen que tienen 350 voluntarios, activistas que ya están llegando a Copenhague preparando esas medidas que después salen en todos los noticieros del mundo.

También ya estaban registrados 2.500 periodistas, pero esperan que la cifra trepe hasta 3.000.

En forma paralela a esta conferencia se hace en Copenhague, financiada casi totalmente por el gobierno danés, se realizan otros eventos como una Cumbre de Alcaldes de distintas partes del mundo y foros sociales.

De Uruguay uno de los que va a asistir el sociólogo Gerardo Honty, el coordinador del Programa de Energía de la ONG uruguaya CEUTA (Centro Uruguayo de Tecnologías Apropiadas). Honty es investigador en Energía y Cambio Climático en CLAES (Centro Latinoamericano de Ecología Social) ya ha asistido a todas las reuniones previas a esta de Copenhague, y concurrirá a Dinamarca representando a la Red de Acción Climática Internacional, una red que nuclea a cerca de 500 organizaciones no gubernamentales que trabajan a favor de limitar los efectos del cambio climático a niveles ecológicamente sostenibles.

 

Alejandro Landoni — Para el que no sabe nada de esto, ¿qué es lo que se juega en Copenhague?

¿Por qué es tan importante esto?

Gerardo Honty — Es importante porque la cantidad de gases de efecto invernadero que se han estado emitiendo en la atmósfera en los últimos 100 años, y sobre todo en los últimos 50, han llegado a un punto de saturación en el cual, si no se toman medidas urgentemente, los destinos de la humanidad van a ser complicados en el futuro.

Ya es un problema lo que ya se ha emitido, — tengan en cuenta que los gases permanecen muchos años en la atmósfera; centenas —; de hecho Naciones Unidas dice que los gases que ya están en la atmósfera van a tener un impacto sobre la tierra en los próximos 1.000 años, pero además las tendencias son a que estas emisiones aumenten y no decrezcan, así que por ahí viene el sentido de la urgencia de esta reunión. Se había puesto esta reunión de Copenhague de 2009 como el punto culminante de un proceso de negociación que empezó hace cuatro años y depende de los acuerdos a los que se lleguen ahora, que uno pueda divisar un horizonte más esperanzador o más pesimista.

A.L. — Hay una polémica sobre si los acuerdos van a ser vinculantes o si van a ser acuerdos políticos. Algunos consideran que si no van a ser vinculantes; — si las naciones no están obligadas a aplicar eso que se acuerde —, va a ser un fracaso, y otros son más optimistas, el propio ministro danés, que decía que “si se logra un acuerdo político y habiendo voluntad, después va a ser fácil que los negociadores y los técnicos lleguen a las cifras concretas para bajar las emisiones de gases de efecto invernadero”.

¿Usted cómo lo ve?

G.H. — No, no va a haber en Copenhague un acuerdo vinculante y el acuerdo político ya existía de antes. El acuerdo político se firmó en Bali, lo que se llamó La Hoja de Ruta de Bali en el 2007, que preveía justamente llegar ahora con el acuerdo vinculante.

El acuerdo vinculante no va a existir; las diferencias siguen siendo muy grandes. Nadie quiere pagar la cuenta de lo que significa cambiar el modelo de producción y de consumo hacia una matriz más sostenible desde el punto de vista climático y consecuentemente no va a haber en Copenhague ningún acuerdo vinculante.

Lo que maneja el ministro danés es la mayor expectativa que se puede tener: lograr algún tipo de acuerdo que inaugure una nueva hoja de ruta que nos conduzca dentro de uno, dos o tres años, a finalmente tener un acuerdo vinculante.

Mientras no haya un acuerdo vinculante, no va a haber cambios significativos en la tendencia, y veremos cuando finalice Copenhague para cuándo se podría llegar a tener este acuerdo.

A.L. — ¿Es un fracaso que no haya acuerdo vinculante?

G.H. — Absolutamente, porque le reitero, no es un problema de lo que fue esta cumbre; esto empezó por lo menos en el año 2005, se ratificó, y se dio un reenvión en el año 2007. Naciones Unidas se ha estado reuniendo durante cuatro años para llegar ahora con los acuerdos vinculantes y no se llega.

Evidentemente es un fracaso rotundo y sobre todo teniendo presente la urgencia de las decisiones que hay que tomar.

En los próximos diez años se tienen que implementar los cambios necesarios. Es el tope máximo en el que se piensa que se tiene que cambiar, y si no se logra el cambio en ese plazo ya es imposible revertir la situación.

A.L. — Nosotros estuvimos conversando con Luis Santos, el director de la Unidad de Cambio Climático de Uruguay en Producción Nacional el pasado 11 de noviembre. Había vuelto hacía pocas horas de las negociaciones previas que se desarrollaron en Barcelona, donde ya estaba claro que no iba a haber ningún acuerdo vinculante para Copenhague.

Le leía las declaraciones a nivel internacional, que hablaban de un gran fracaso, pero él decía que para los que estaban “por fuera” podía ser un fracaso, pero los que estaban “por dentro”, veían que la máquina de la negociación iba funcionando. Decía: “Los documentos van de a poco aplicándose y hay distintas alternativas que se van poniendo más claras sobre la mesa y la negociación tiene ese movimiento que esperemos que en Copenhague — donde es la reunión final —, pueda convertirse en alternativas y desde allí, un nuevo compromiso”.

El en realidad, no lo veía tanto como un fracaso.

G.H. — Bueno… son opiniones.

Yo escribí un artículo a la salida de Barcelona donde ponía un ejemplo: es como si usted se fuera a comprar una casa y se pusiera de acuerdo en los colores de las paredes, en el material de las puertas y si las ventanas van a tener celosías o persianas, pero no se ponga de acuerdo en cuánto vale la casa.

Entonces, está bien… se ha avanzado en los textos de negociación, pero eso quiere decir que se han quitado algunas opciones, pero han quedado infinidades. No les puedo decir la cantidad de temas importantísimos en donde no hay acuerdo ninguno. Por ejemplo: cuánto van a reducir los países desarrollados las emisiones, si los países en desarrollo van a tener o no obligación de reducir las emisiones; quién va a pagar los costos de la adaptación; cuánto dinero hay para adaptarse al cambio climático. Estos son los reclamos fundamentales de los países en desarrollo. Son cuestiones claves.

Si digo que tenemos diez años para implementar los cambios… esta es la oportunidad.

Usted sabe cómo se manejan las negociaciones internacionales; todo lleva tiempo; todo lleva procesos larguísimos. Esta es la oportunidad porque la Hoja de Ruta de Bali mandataba a esta reunión de Copenhague a definir el acuerdo.

Si no se hace ahora, esta decisión se posterga, y postergar la decisión implica que la instrumentación de las decisiones — que todavía son posteriores —, se van a seguir postergando, mientras tanto las emisiones siguen aumentando, el clima se sigue poniendo cada vez peor y se acumulan cada vez más emisiones con lo cual volver atrás se hace más difícil, más costoso y a un tiempo mayor.

El último informe de la Agencia Internacional de la Energía que salió el 10 de noviembre dice que cada año que se retrasa, el costo de cambiar la matriz energética aumenta US$ 500.000:000.000, entonces cada vez es más difícil cambiar.

Entonces, por eso es un fracaso, porque estamos viendo que clima va camino a un cambio impredecible para la humanidad, que va a tener como consecuencia enormes desastres, enorme cantidad de poblaciones desplazadas. Nosotros estamos viviendo una avant premiere de lo que va a pasar, estamos teniendo ciclos de sequía e inundaciones cada vez más frecuentes y cada vez más graves. Este proceso de variabilidad climática va a seguir aumentando y las consecuencias las estamos viendo.

Si los países se reúnen para comenzar a hacer un acuerdo, para ver cuándo y cómo se empieza a implementar medidas y no se llega a un acuerdo, es un fracaso. Es un fracaso para la humanidad.

¿Qué otra cosa se puede decir?

A.L. — ¿La responsabilidad mayor está en la falta de decisión de Estados Unidos?

G.H. — No, en absoluto.

A.L. — ¿Eso es lo que más se dice públicamente pero no es a su criterio el mayor obstáculo?

G.H. — No, Estados Unidos tiene una gran responsabilidad porque es un país muy poderoso, tiene muchos recursos y es el que más responsabilidad tiene en el cambio climático, por lo tanto a él se le tiene que exigir mayores compromisos en todo sentido, y no los está tomando; tiene su responsabilidad.

Pero también, hay otra cantidad de países que con respecto al futuro no están tomando las previsiones y las posiciones que deberían tomar.

Por poner el caso más notorio, China que es el caso paradigmático porque tiene un crecimiento económico enorme, tiene un crecimiento de producción muy grande y consecuentemente un crecimiento de su consumo de energía y de emisiones de CO2 muy grande. Hoy por hoy es el mayor emisor de gases de efecto invernadero, y la propuesta que tiene para llevar a Copenhague es reducir su intensidad de carbono en un 40% o 45%.

La oferta en principio, salió en todos los titulares de los diarios, parece interesantísima; pero China está creciendo a un ritmo de un 8% anual (por su PBI) y si esto es así, de aquí al 2020 — que es el año que se está manejando como año para fijar sus compromisos —, China va a triplicar su producción y consecuente y seguramente sus emisiones de carbono.

Es decir que de lo que se está hablando es de que con una triplicación de la producción y una reducción de la intensidad de carbono — es decir, la relación entre la cantidad de carbono que se emite por unidad de producto —; China va a aumentar en un 50% sus emisiones de aquí al 2020. Es una monstruosidad.

Y está la otra parte, donde los países en desarrollo dicen: “Nosotros tenemos derecho a desarrollarnos. Tenemos un montón de pobres. Tenemos qué hacer”. Perfecto, pero lo que todavía no ha entendido la humanidad es que este camino de desarrollo es insustentable, no hay manera de sostener el crecimiento de los chinos (reitero que pongo a los chinos como un ejemplo paradigmático pero puedo hablar de cualquier otra sociedad). Es imposible que todos los seres humanos vivamos como viven en Estados Unidos, Canadá y Europa en el sentido del nivel de consumo.

El Informe de Naciones Unidas del año 2007 lo dice claramente: “Para que todos los ciudadanos del mundo tengan el nivel de vida de los norteamericanos — Estados Unidos y Canadá—, se precisan nueve planetas”. Entonces, hasta que no entendamos este fenómeno, no vamos a salir de esta situación.

A.L. — En una nota que salió en “La Diaria”, el alemán Wolfgang Sach, doctor en Ciencias Sociales e investigador de un instituto alemán, decía que: “La sociedad tiene que ser más liviana, tiene que consumir menos recursos. La economía tiene que ser amigable con el medio ambiente”. Y ponía una metáfora: “Veo la industria económica como un barco petrolero enorme y todopoderoso, con mucho acero, pero si pienso en una economía ecológica, me imagino un velero. La cuestión es producir cosas y servicios con la menor cantidad posible de energía y no con menos gente, como se hace ahora. El velero es rápido, utiliza la naturaleza sin destruirla. Está claro que no tiene el mismo rendimiento que un buque. Esto es lo que yo llamo moderación. La sociedad tiene que esperar una capacidad intermedia, porque esta economía (la economía ecológica), no puede darnos el mismo nivel de confort que la industrial”.

G.H. — Sí, más allá del confort, yo veo dos problemas: primero, no reconocemos que vivimos en un planeta finito, que tiene recursos que tienen un límite y que por lo tanto hay que adecuarse a los límites que el planeta nos impone; el ritmo de producción es un límite que tenemos que tener en cuenta. Y el segundo punto es la civilización, no sé cómo llamarlo, el modelo de desarrollo, el tipo de economía en la que vivimos, que implica que hay un crecimiento económico que no tiene un reparto social equitativo.

Seguimos aplicando la teoría del derrame: los más ricos van adquiriendo más recursos; tienen mayor consumo y por efecto derrame los pobres empiezan a crecer o a elevar su nivel de vida. Bajo esta modalidad, la cantidad de recursos que se precisan es infinito, y no los tenemos, entonces me parece que en el fondo el problema que hay para resolver para resolver el tema del cambio climático, — que yo diría que es un factor ambiental que ahora está de moda—; lo podemos trasladar a cualquier otra esfera del ambiente global, porque la crisis que vive el sistema climático la están viviendo los ciclos del agua; la están viviendo los ecosistemas oceánicos; la están viviendo los bosques; la extinción de las especies… es decir, el cambio climático adquirió una dimensión enorme entre otras cosas porque se ha incorporado el factor del mercado como mecanismo de solución, y esto ha traído una amplificación de los problemas, pero la crisis es global desde el punto de vista del ambiente; no es sólo climática.

Hasta que no entendamos que hay una finitud para los recursos y que en consecuencia los seres humanos tenemos que aprender a compartir de una manera más solidaria entre todos los pocos recursos que hay, esto no tiene solución.

Y no sólo a los líderes políticos; a la humanidad la veo muy lejos de aceptar esto.

A.L. — ¿Cómo ve lo qué está haciendo el gobierno uruguayo en los temas vinculados al cambio climático?

G.H. — En general, todo el tema de las negociaciones se puede dividir haciendo un esquema muy general en dos grandes capítulos: lo que tiene que ver con mitigación y lo que tiene que ver con adaptación. El capítulo de mitigación está relacionado con todas las medidas que se toman para reducir las emisiones de gas de efecto invernadero; y todo lo que tiene que ver con la adaptación, está vinculado a cómo las sociedades se van preparando para adaptarse al cambio climático futuro.

Obviamente Uruguay no tiene compromisos de reducción de emisiones por estar dentro de los países en vías de desarrollo, que de acuerdo a la legislación o al marco jurídico actualmente vigente — tanto de la Comisión de Cambio Climático como del Protocolo de Kioto —, países como Uruguay no tienen compromiso de reducción de emisiones.

A pesar de esto, Uruguay ha tomado algunas medidas porque tienen que ver directamente con el cambio climático, y otras por otros factores por llevar adelante ejemplo, todo el Programa de Energías Renovables que el gobierno ha comenzado, tiene efectos en el cambio climático, pero esencialmente el motivo por el cual se toman estas medidas es energético (por la necesidad de incorporar recursos autóctonos y renovables).

A.L. — Ese cambio de la matriz fue la gran carta que presentó Uruguay en Barcelona. Recuerdo que Santos dijo en Producción Nacional que Uruguay había sido muy proactivo no sólo en las negociaciones, sino también mostrando ese cambio de la matriz energética que se está realizando.

G.H. — Exactamente, entonces hay un esfuerzo por ese lado, aunque el país no tiene compromiso.

Creo que Uruguay ha apuntando más sus baterías a todo lo que tiene que ver con adaptación; en generar proyectos o programas que vayan fortaleciendo a los distintos sectores para adaptarse al cambio climático, y en particular algunos sectores que son muy importantes para Uruguay que son la agricultura y el turismo. Dos sectores que van a ser afectados en el futuro por las condiciones climáticas, entonces el país se ha preocupado más por estos temas.

Por ejemplo, Uruguay ha presentado posiciones y ha dicho en la convención que es un país vulnerable, y por lo tanto a la hora del reparto de los recursos para adaptación, tiene que tener su cuota parte de asignación, y que por otra parte el sector agrícola tiene que ser apoyado para poder adaptarse a estas condiciones de cambio climático, e incluso también para la reducción de emisiones; porque Uruguay tiene una característica, que es bastante distintiva de lo que pasa en la mayoría de los países del resto del mundo, y es que la mayor proporción de emisiones proviene del sector agrícola y no del sector energético.

Mitigar o reducir las emisiones del sector agrícola es bastante más complicado que del sector energético, entonces ahí hay una situación que es bastante complicada para Uruguay.

A.L. — ¿Dónde se producen esas emisiones de efecto agrícola?

G.H. — Estamos hablando de la agricultura y ganadería, básicamente las emisiones de la ganadería tienen que ver con el metano que se producen por la digestión del ganado vacuno…

A.L. — La bosta de las vacas… ni más ni menos.

G.H. — Sí, y también por las emisiones que se producen de óxido nitroso y de dióxido de carbono cuando se laborea el suelo. Son muy importantes, el 80% de las emisiones uruguayas provienen de ese sector, entonces ahí hay que introducir mejoras que en algunos casos pueden además tener beneficios ambientales, y en otros casos, no.

Hay también algunos conflictos entre los objetivos climáticos y los objetivos de impacto local en el ambiente de cierto tipo de tecnologías.

A.L. — ¿Con el tema del ganado vacuno qué hacemos? ¿Cambiamos la pastura? ¿Hay alguna solución técnica?

G.H. — Sí, de repente ahí habría que consultar a especialistas en ese tema que en Uruguay los hay, pero básicamente las tecnologías que conozco apuntan a reducir la intensidad de carbono de la producción del ganado, es decir, que es lo mismo que comentaba que pasa con el sistema energético chino: las tecnologías que hay son para poder producir más quilos de carne con menor emisión de gases de efecto invernadero. Ahora, estos mismos sistemas producen mayor cantidad de carne, por lo tanto en términos absolutos diría que se podría tener una mayor producción de carne con un mejor rendimiento — en el sentido de la relación de emisiones con respecto a la producción —, pero al aumentar la producción se aumenta también las emisiones.

Reitero que no soy para nada especialista en ese tema. Es muy complejo además y creo que ahí podría consultar a gente que está más en el tema.

El Ministerio de Agricultura tiene una unidad específicamente dedicada al cambio climático y ahí creo que hay gente con la que se podría conversar.

A.L. — La semana que viene el gobierno uruguayo va a mostrar el trabajo realizado en el Sistema Nacional de Repuesta al Cambio Climático, ¿Uruguay está mejor que otros países de la región en este tema o no?

G.H. — ¿A qué se refiere exactamente?

A.L. — En el tema de mitigación o de adaptación.

¿Se están haciendo políticas públicas o se empiezan a hacer políticas públicas y eso nos diferencia de nuestros vecinos, o estamos muy atrasados?

G.H. — La verdad es que no sé si es comparable, porque hay situaciones que son muy diferentes. Por ejemplo Brasil tiene unos brutales problemas con la deforestación. Tiene en su territorio la Amazonia, que si no es la mayor zona boscosa del planeta anda ahí, y se está perdiendo a un ritmo vertiginoso.

A.L. — Tengo el número por acá: 7.000 km2 en el último año y fue un 45% menor que en el año anterior. Es una cifra brutal.

G.H. — Y la deforestación es la principal causa en Brasil de las emisiones, en una situación que resulta bastante incontrolable para el gobierno, a pesar de los planes que ha tomado. La escala de la relación de problema que tiene Brasil con la Amazonia por ejemplo, no es comparable con lo que puede ser el problema uruguayo con la ganadería, o lo que puede ser eventualmente el problema chileno con el sector energía que son importantes. Hay diferencias.

Creo que Uruguay dio un paso muy importante con la creación del Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático, veremos cuál es su producción, porque en realidad no hemos visto el trabajo final que recién se va a presentar el próximo viernes. Creo que esto es un avance porque intenta coordinar los distintos ministerios (cinco ministerios sin mal no recuerdo), y esto sí es una particularidad que en otros países no se ve tanto.

Otra vez tengo que caer en el ejemplo de Brasil que sí me parece que es el país que está más avanzado en este sentido, que tiene desde el año 2000 un foro, que es un espacio donde se reúnen no sólo los ministerios sino también la academia y la sociedad civil, y donde se trata de ver cuáles son las medidas nacionales que se van tomando y cuáles son las posiciones nacionales que se toman para llevar a reuniones como la COP 15 en Copenhague o las anteriores, y reitero que tiene unos cuantos años de experiencia y de avance en este sentido, entonces en cuanto a coordinación de políticas y participación social en las decisiones, Brasil nos lleva la delantera.

Creo que nosotros estamos en la mitad de la tabla y después hay otros países que no tienen nada ni parecido a esto.

A.L. — Le agradezco y esperemos que esta Cumbre de Copenhague sea lo mejor para todos.

G.H. — Esperemos que sí, y debo reconocer que no soy de los más optimistas de los que vamos a Copenhague.

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