«Queríamos que nuestros hijos tuvieran una mejor educación»

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Quince mujeres de un pequeño pueblo sobre el lago Maracaibo, en Venezuela, tomaron las herramientas de sus maridos y se unieron para formar una cooperativa de producción de pescado. El emprendimiento, que ganó el Concurso Latinoamericano de Emprendimientos Exitosos liderados por Mujeres, se basó en el esfuerzo colectivo y, según explica la coordinadora Violeta Meléndez, en la formación de cada una de sus integrantes.

 

Con Violeta Meléndez, coordinadora general de la Asociación Cooperativa de Producción y Servicios Múltiples de Barranquita.

 

 

Entrevista emitida el jueves 30/04/09 en Producción Nacional — 1410 AM LIBRE

 

A orillas de Lago de Maracaibo, en Venezuela, existe un pueblo muy chico, que tiene menos de 6.000 habitantes y se llama Barranquita.

Según dicen, es un rincón muy humilde de Venezuela donde viven 15 mujeres, que desde el año 2000 se han reunido con el fin de tener un emprendimiento propio. Después de dos años de trabajo nació la Asociación Cooperativa de Producción y Servicios Múltiples de Barranquita (Acoproseba), una iniciativa mediante la cual estas mujeres buscaron abrir un nuevo camino en su vida.

Esta asociación brinda, entre otras cosas, servicios de preparación de comidas con productos del mar. Actualmente, estas mujeres cuentan con nueve barcas para salir a pescar y están intentando convertir la comercialización de sus productos preparados en su principal fuente de ingresos.

Sin embargo, el emprendimiento tuvo que enfrentarse con varios obstáculos, así como también lo tuvieron que hacer cada una de las integrantes de esta cooperativa en su vida personal. La coordinadora general de esta cooperativa, Violeta Meléndez, contó en Producción Nacional la historia de Acoproseba, la cooperativa que ganó el V Concurso Latinoamericano de Emprendimientos Económicos Exitosos Liderados por Mujeres en Venezuela, organizado por REPEM Mujeres Emprendedoras (Red de Educación Popular Entre Mujeres de América Latina y el Caribe).

 

Alejandro Landoni — Usted hace unos días que está en Uruguay, ha estado por varios puntos del país e incluso estuvo conversando con mujeres pescadoras uruguayas…

 

Violeta Meléndez — Sí, hubo un Encuentro Regional de Mujeres Pescadoras en San Gregorio de Polanco con 50 pescadoras compartiendo las experiencias y vivencias de cada una. No es fácil pescar y tener que hacer la faena del pescado saliendo de su casa e ir al río — en Uruguay —, y en nuestro caso al Lago de Maracaibo.

 

A.L. — Un lago grande.

 

V.M. — Sí, un lago de gran extensión.

Lo que hemos venido compartiendo son todas esas experiencias. Nosotras tenemos diez años, estamos agrupadas en una cooperativa y ya no pescamos. Ya salimos de ese rol de salir a pescar y trabajamos en el procesamiento de la pesca artesanal.

 

A.L. — ¿Cómo es el pueblo Barranquita?

 

V.M. — Es un pueblo humilde pero con un corazón inmenso.

En cuanto a la población, ha venido creciendo y está bastante grande: ahorita hay 13.000 habitantes.

 

A.L. — Tuvo un gran crecimiento, porque los números que nosotros tenemos son de 2004.

 

V.M. — Sí.

 

A.L. — ¿Por qué fue tanta gente a vivir a Barranquita en estos últimos tiempos?

 

V.M. — Bueno, porque se han venido emigrando de otros pueblos pesqueros, y también ha crecido en parte por la educación. Son muchas las familias en las cuales no se ha venido actuando como debe ser, las mujeres nos casamos a temprana edad y empezamos a tener los hijos pronto e imagínese que la población ha ido creciendo.

 

A.L. — ¿Viven básicamente de la pesca o hay otras actividades?

 

V.M. — El 80% vive de la pesca. Las otras actividades son los maestros y las actividades informales.

 

 

A.L. — ¿Qué situación las llevó a ustedes como mujeres a integrarse en una cooperativa?

 

V.M. — La situación vino sobre todo por esto de darnos una vida mejor. Por ejemplo, las mujeres que estamos integradas en la cooperativa no tuvimos la oportunidad de tener un estudio, de podernos graduar, y por eso surgió la iniciativa, porque no queríamos que nuestros hijos se estancaran como nosotros nos estancamos ahí. Queríamos que nuestros hijos tuvieran una mejor educación y que pudieran ser maestros, profesores, y que así el pueblo fuera creciendo en base a eso, porque nosotros no teníamos maestros.

También nuestros esposos que son pescadores y traían de la faena lo que les quedaba y no nos alcanzaba para darles una buena educación a nuestros hijos.

 

A.L. — En declaraciones que hicieron en el libro de la Organización REPEM decían que no querían que sus hijos y sus hijas tuvieran que enfrentarse a la misma calidad de vida que tenían ustedes.

 

V.M. — Exacto, eso fue lo que nos motivó a emprender esta clase de trabajo, aunque también ellos padecieron un poco eso porque nosotras tuvimos que dejarlos a ellos en la casa para salir a hacer el trabajo.

Fue un sacrificio que estábamos haciendo para el bien de ellos y nosotros contamos con nuestros hijos. Por ejemplo, yo tengo hijos ya profesionales y eso era uno de mis sueños. En Barranquita ya se cuenta con maestros e inclusive con abogados. Algunos son hijos de las mismas mujeres que estamos en la cooperativa, pero nosotras fuimos ejemplo para el pueblo para que surgieran otras inquietudes y que estos jóvenes que venían detrás de nosotros fueran el futuro del pueblo.

En el libro se comenta que teníamos más bares que escuelas. Ahorita, la escuela ya ha ido creciendo y tenemos liceos y universidades. Acoproseba ha venido ayudando a que las instituciones llegasen a la comunidad y poder ver las necesidades que nosotros estábamos atravesando en la comunidad.

 

A.L. — ¿O sea que Barranquita tuvo un crecimiento impresionante en los últimos años?

 

V.M. — Sí, ha habido un cambio bastante favorable para el pueblo.

 

A.L. — ¿Cómo son las otras integrantes de esta cooperativa de pescadoras? ¿Qué edad tienen en promedio?, ¿qué nivel de formación?

 

V.M. — Las integrantes son todas maravillosas. El nivel de edad abarca entre 28 años hasta 47 años y ahora que hemos salido un poco de la educación de nuestros hijos, porque ellos ya han venido formándose con nuestro apoyo y el de sus padres, decidimos que — como nosotras en un momento tuvimos que dejar de estudiar pues nuestros padres también eran y algunos todavía son pescadores y no tenían cómo darnos los estudios —, ahora nos toca a nosotras continuar nuestra educación.

En la cooperativa hay una Coordinación de Educación donde las socias tenemos que estar constantemente educándonos, haciendo talleres, cursos. Ahorita, estamos sacando el Bachiller que la mayoría de nosotras no lo teníamos.

 

A.L. — ¿Y los talleres y los cursos son específicos sobre lo que ustedes hacen?

 

V.M. — No precisamente. Por ejemplo, hay cursos de trabajo en equipo que son muy importantes porque enseñan cómo llevarse en sí en los grupos. Trabajo en equipo, emprendimientos económicos, talleres, cursos de Administración, de crecimiento personal, de liderazgo. Hemos recibido todos esos cursos.

 

A.L. — ¿Violeta usted nació en Barranquita y tiene cuatro hijos?

 

V.M. — Sí.

 

A.L. — Según lo que me contaba en la cooperativa ahora ya no pescan, lo que hacen es darle valor agregado al pescado preparando comidas. ¿Cómo es esto?

 

V.M. — Sí, por ejemplo preparamos comida y hacemos los empaques de filet, de mojito.

Anteriormente, el pescado lo traía el pescador y así se vendía. Había gente que decía que no compraba pescado porque no sabía prepararlo. Entonces, nosotros vimos que había que hacer algo para que la gente consumiera más pescado porque es un alimento que tiene alto contenido en proteínas, calcio y es bajo en colesterol.

Decidimos darle un valor agregado, no sólo vendiendo comida de pescado, sino también los empaques, todos van de un quilo de filet, bagre, róbalo, etcétera.

 

A.L. — ¿Qué volumen hacen más o menos?

 

V.M. — Ahorita estamos sacando un volumen semanal de hasta 1.000 quilos procesados.

Anteriormente los vendíamos en la comunidad. Empezamos vendiendo en una plaza para que la gente se fuera acostumbrando.

 

A.L. — ¿Cómo fue ese primer día de trabajo? ¿Se acuerda?

 

V.M. — Claro que sí. Ese día salimos muy tarde de la faena porque inclusive nosotras, a pesar de que éramos de la comunidad, no sabíamos trabajar en cuanto a lo que es picar un pescado, sacarle las espinas, ni nada de eso. Tuvimos que preguntarles a los mismos pescadores cómo se hacía el proceso del pescado.

 

A.L. — Y eso que eran hijas y esposas de pescadores.

 

V.M. — Sí, y eso no lo sabíamos.

También al principio nuestros padres y maridos no aceptaban que nosotras fuéramos a trabajar. Ellos trataban que no fuéramos al trabajo.

 

A.L. — Eso siempre es una lucha ¿no?

 

V.M. — Sí, siempre es una lucha. De hecho, anteriormente trabajábamos en nuestra casa y empezamos de la nada porque nosotros no teníamos un financiamiento.Teníamos una Fundación — antes de la REPEM que ha venido ahora dándonos el apoyo de todo esto a través de los concursos—, la fundación CIARA fue por la cual recibimos nuestros primeros talleres y cursos.

Después, fue la iniciativa y en el 2002 empezamos el trabajo en sí.

 

A.L. — ¿Cómo fue ese proceso al principio?

Cuando dijeron que se juntarían entre las mujeres, imagino que algunas habrán dicho que no porque creerían que era una tarea imposible de realizarse, sobre todo por el entorno que usted nos contaba y donde quizás había y aún hay mucho machismo.

 

V.M. — Sí, todavía lo hay. Nosotras somos las que hemos ido rompiendo un poco eso ahí.

Nosotras empezamos con los talleres para conocernos un poco, porque a pesar de vivir todas en la comunidad no nos conocíamos mucho. En ese proceso de capacitación nos dimos un espacio de tiempo para ver si en verdad era eso lo que nosotras queríamos o si alguna de nosotras decía que por el momento no quería ese trabajo sino otro, pero gracias a Dios no pasó eso.

Nos dimos ese tiempo de dos años de trabajo para ver si la empresa se daba o no. Fue una prueba que nos hicimos nosotras mismas, pero gracias a Dios, nadie dijo: “Este no es el trabajo que quiero”.

 

A.L. — Todas siguieron.

 

V.M. — Todas seguimos, y de hecho todas estamos todavía ahí en esa faena de trabajo y contentas.

 

A.L. — Y los maridos lo tuvieron que soportar.

 

V.M. — Claro, porque ya no tuvieron otra cosa más que hacer y entonces, ahora las embarcaciones son nuestras.

 

A.L. — ¿Empezaron con muy poquito?

 

V.M. — Nosotras empezamos de la nada, por ejemplo las herramientas como los cuchillos que se utilizan para el corte del pescado, cada una lo llevaba de su casa. Las ollas eran de alguna de nosotras que tuviera una olla y todo era así.

 

A.L. — Y hoy procesan una tonelada por semana y tienen nueve barcas desde el año 2000 hasta ahora. ¡Es un crecimiento brutal!

 

V.M. — Sí, porque cuando ganamos el concurso, una empresa petrolera nos donó dos embarcaciones y del Estado nos dieron una también, entonces ya los pedidos se venían haciendo más grandes y necesitábamos más embarcaciones.

También hubo un financiamiento por parte de Pdvsa para comprar todo lo que nos hacía falta. Dentro de ese financiamiento hubo para la compra de un camión y las cinco embarcaciones y otros equipos que nos hacían falta.

El financiamiento se paga pero no a la empresa, sino que es recompensado a la comunidad. Los pagos que nosotros vayamos a darle a la empresa, los pagos los aportamos a la comunidad como obra social. Parte de nuestro pescado va a los comedores, a las escuelas, a los hospitales que hay en la comunidad.

A.L. — ¿Cómo es la comercialización? ¿A quién le venden?

V.M. — En la comunidad les vendemos a las personas que llegan a comprar a la localidad. Muchas veces son los mismos intermediarios, que como ellos no tienen quién les haga el trabajo, nos compran.

A.L. — ¿Les compran al por mayor?

V.M. — Sí, nos compran por mayor y ellos van y venden, pero ahorita estamos con el gobierno y el coloca una parte de sus productos en los mercados que él tiene y nosotras colocamos el pescado. Estamos acompañados ahí con ellos, con los mercados que está haciendo el gobierno a nivel local, municipal y estatal.

A.L. — Eso le da una gran seguridad.

V.M. — Sí, ahorita sí. Nosotras fuimos las primeras en Barranquita y ya hemos acompañado a que salgan otras organizaciones en cooperativas también.
La única cooperativa de mujeres solamente es la nuestra.

A.L. — ¿Qué fue más difícil para usted: el comienzo cuando cada una llevaba su propia herramienta de la casa o todo el tema del crecimiento, donde están obligadas por ustedes mismas a formarse permanentemente y a estar haciendo cursos que a veces no son exactamente sobre la tarea que realizan?
¿Qué fue lo más difícil? ¿Cuándo vieron que la cooperativa se hacía grande o cuando recién empezaban?

V.M. — Sobre todo el crecimiento, porque para nosotras llevar las herramientas al trabajo no fue muy difícil, sino el hecho de que tengas que estar permanentemente en talleres educándote, porque esto es un proceso rotativo donde hoy estoy como Coordinadora, pero mañana estoy en otro cargo de los que tiene la cooperativa.
Eso era lo difícil, porque teníamos el trabajo, teníamos que salir a los cursos entonces nos apartábamos de los hijos, de la vivienda, de los esposos. Esa era la parte más difícil, que teníamos que saber organizar cómo llevar las tres cosas: los hijos, el esposo y el trabajo y la educación que forma parte de eso mismo.
Era un trabajo la formación, pero a su vez teníamos que hacerlo porque eso era lo que nos iba a dar el triunfo de que uno esté en esta organización al tiempo que estamos ahorita.

A.L. — ¿Sabe que en Uruguay mucha gente dice: “Cuando trabajan muchas mujeres juntas en un empleo, siempre hay problemas”. Ustedes son quince mujeres, ¿hay mucha pelea entre?, ¿hay diferencias?, ¿cómo se procesan las discusiones?

V.M. — No, entre nosotras no hay eso por lo mismo de la educación. Siempre estamos educándonos de todo el proceso, inclusive el problema de una ya forma parte del problema de todas las mujeres que hay en el grupo.

A.L. — ¿Ya son amigas?

V.M. — Somos amigas, somos hermanas, somos compañeras, inclusive a veces hacemos de madres de los otros hijos que no son nuestros.

A.L. — ¿Y todas tiran parejo? ¿Todas hacen el mismo esfuerzo? ¿Qué pasa si una pasa por un mal momento y no tiene ganas de trabajar o trabaja a desgano?
¿Cómo se arreglan esas cosas?

V.M. — En las cooperativas se dice que “si no trabajas, no ganas”. El tiempo ya nos ha dado esta experiencia de puede ser que alguna tenga un problema familiar y que no pueda ir al trabajo, en ese caso nosotras formamos un grupo y vamos a ver el porqué no fue, o simplemente le hablamos por teléfono y le preguntamos por qué no fue. Si ese día ella lo perdió porque no quiso ir a trabajar, ella puede recompensar ese día.
Es decisión de ella misma si lo quiere recompensar o no. O, depende también el porqué no fue, porque si está enferma nosotras dejamos que no vaya y le pasamos el día, ahora si es decisión porque ella no quiso ir, todavía le damos el tiempo de que ella lo pueda recompensar con otra cosa.

A.L. — ¿Nunca tuvieron que poner ninguna sanción?

V.M. — Todavía gracias a Dios, no nos ha tocado poner una sanción.

A.L. — ¿El emprendimiento es redituable para ustedes? ¿Llegaron al triunfo para el cual se formaron?

V.M. — Sí, llegamos a ese triunfo. Ha cumplido esa expectativa que nosotras queríamos y todavía ahora que vamos estudiando, vamos a conseguir más triunfos.
Además, está el relevo de nuestros hijos y si luego alguna de nosotras quiere salir, puede entrar alguno de las hijas de cada una.

A.L. — ¿Siempre mujeres?

V.M. — Siempre mujeres. El año pasado recibimos de otra Parroquia, — donde hay una Escuela Técnica Agropecuaria donde sacaron a los jóvenes a hacer las pasantías a otro lado —, seis mujeres de esa Escuela Técnica.
Ahorita, tenemos seis mujeres otra vez este año, que todavía no las conozco porque ellas entraron el lunes y yo llegué a Uruguay el viernes pasado.

A.L. — ¿Van a hacer una pasantía ahí?

V.M. — Sí, van a tener tres meses de pasantía. Sin embargo, tenemos un ayudante que nos ayuda ahí porque hay trabajos que son muy pesados que nosotras no podemos hacer. Tenemos un hijo de nosotras ahí y un sobrino que es el chofer que tenemos.

A.L. — ¿La cooperativa como empresa da ganancia?

V.M. — Sí, da ganancia.

A.L. — ¿Pueden vivir de esa actividad?

V.M. — Claro que sí. Por ejemplo, ahorita nosotras veíamos que si a los intermediarios les da, a nosotras tiene que darnos. Claro, a ellos les da más porque es una sola persona y nosotras somos quince.
El esfuerzo es más grande, pero sí nos da.

A.L. — ¿Cuáles son las expectativas que tienen de aquí en más?

V.M. — Que el local que tenemos ahorita, lo podamos engrandecer más y que nuestro mercado no solamente sea a nivel estatal sino comercializarlo a nivel nacional también.
Un poco de esto que estamos haciendo es también para que quede como ejemplo, no solamente en Barranquita sino en otros Estados. Que también quede como ejemplo aquí, en este país.
Yo sé que va a ser así y que de toda esta experiencia que hemos venido compartiendo con las pescadoras del Uruguay, algo va a salir de aquí porque hace dos años ya hubo una iniciativa y ya va a comenzar a trabajar. Y sé que ahora, con este otro grupo que estuvimos, va a salir también otro grupo de ahí y Uruguay va a tener también la oportunidad de que las mujeres se organicen aquí también y formen sus propias empresas.

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