La soja: consecuencias de un negocio millonario

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El fuerte crecimiento de las plantaciones de soja en nuestro país ha encendido luces amarillas en distintas esferas.

Las preocupaciones son varias: los perjuicios que el desarrollo de este cultivo puede generar en los suelos, la extranjerización de la tierra -sobre todo en manos de grandes corporaciones argentinas-, la desaparición de la agricultura familiar o la expulsión de distintas producciones de pequeña escala.

Con el Ing. Agr. Alfredo Blum y el Sr. Ignacio Narbondo, autores del libro «Soja transgénica y sus impactos en Uruguay – La nueva colonización»
Entrevista emitida el lunes 18/08/2008 en Producción Nacional – 1410 AM LIBRE

 

 

Alejandro Landoni – En lo que va de este siglo las plantaciones de soja en nuestro país se han multiplicado hasta alcanzar la mitad de la superficie agrícola.

Cuando empezó el siglo, en el año 2000 había unas 10 mil hectáreas de soja plantadas en Uruguay. Para este año las perspectivas es que se llegue a unas 440 a 450 mil hectáreas, (el margen de error es prácticamente lo mismo que se plantaba hace ya 8 años).

Algunos consideran que América Latina se convirtió en una zona del planeta especializada en soja y en este momento, si sumamos las plantaciones que hay en Brasil y en Argentina nos dan el equivalente al territorio uruguayo plantado al 100% de soja multiplicado por dos.

Es decir, que Argentina y Brasil están plantando el doble de todo el territorio uruguayo en soja, desplazando otros cultivos.

¿A qué se debe este aumento explosivo de la producción de soja en la región y en el Uruguay? Y sobre todo, ¿cuáles son los principales cuestionamientos a esta actividad que algunos llaman «La Revolución Verde» o «La nueva colonización»?

Para contestar estas preguntas convocamos a dos de los cuatro autores de un libro «Soja transgénica y sus impactos en Uruguay — La nueva colonización», un material que para ser publicado contó con el apoyo de la organización Rapal Uruguay.

¿De qué tipo de organización estamos hablando?

Ignacio Narbondo – Rapal es una organización no gubernamental que tiene acción a nivel mundial. Su sigla significa Red de Acción en Plaguicidas para América Latina. Básicamente se ocupa de promover una agricultura sin el uso de agrotóxicos como son caracterizados por esta ONG, promoviendo una agricultura con tecnologías orgánicas, no dependientes de estos insumos externos que contaminan el ambiente mucho más.

A.L. – La soja que se está plantando de manera exponencial ¿para que se usa?

Alfredo Blum – La soja en el Uruguay, se exporta en el 98% o el 95%. O sea que se usa en otros países. Fundamentalmente se exporta hacia China en donde se usa para realizar aceite y harina. La harina básicamente se utiliza en la alimentación animal.

El grano de soja que se produce en Uruguay básicamente se exporta como grano sin procesar, y se utiliza en el Exterior para alimentación animal sobre todo después de un procesamiento que es básicamente la molienda.

A.L. – ¿Esto tiene que ver con la enfermedad de la «vaca loca»? ¿Cuándo tuvieron que cambiar las raciones de los animales que se hacían con materias primas animales a vegetales?

I.N. – Hay muchas explicaciones. Entre otras, está el aumento del consumo de carne por parte de determinadas poblaciones básicamente China que genera que se le tenga que dar más raciones.

Las raciones se hacen básicamente con granos y no más con complementos de harina de sangre de animales en las dietas. Esto es porque se ha encontrado evidencia científica de que la «vaca loca» es transmitida a causa de este tipo de alimentación.

A.L. – La soja que se planta en Uruguay o en la región ¿es transgénica?

I.N. – En Uruguay prácticamente el 99% de la soja que se siembra verano tras verano es transgénica.

Todo lo que se produce es transgénico. En otros países de la región como Argentina o Brasil, las proporciones de la soja sembrada que es transgénica también son altas aunque conviven en algunos sistemas con la siembra de soja convencional

Paraguay es un caso en donde en algún momento se sembró una proporción importante de soja no transgénica, en algunas regiones de Brasil también.

A.B. – Bolivia particularmente tiene todo un programa muy fuerte de soja no transgénica vinculada a las exportaciones a Venezuela. Incluso en algunos estados de Brasil, se había prohibido la siembra de soja transgénica y se sembraba soja convencional pero ese proyecto fracasó por causa de la importación ilegal de semilla de soja proveniente de Argentina, que sí era transgénica. El proceso se conoció como «la importación de soja Maradona». Fue una importación ilegal que terminó por hipotecar la potencialidad de producción de soja convencional en ese estado en Brasil. Finalmente, se tuvieron que ceder los marcos legales para que pudiera sembrar soja transgénica.

A.L. – ¿Y esa soja transgénica, cómo se compra? ¿La semilla se procesa en empresas concretas?

I.N. – En realidad la semilla que se comercializa de soja a nivel mundial y en particular en América Latina, está muy concentrada en unas pocas empresas que dominan el mercado.

Lo que sucede es que el gen que está introducido en la especie de la soja que le permite resistir a las aplicaciones del herbicida está patentado por Monsanto, (una transnacional de origen estadounidense), quien descubrió este gen y lo insertó en la soja. Además, es quien produce el herbicida al que la soja es resistente.

El nombre del principio activo del herbicida es Randa, y la soja es resistente a este herbicida. Al tener patentado este gen, lo que se hizo es que cobra regalías por cada semilla transgénica que se comercializa.

La comercialización de la semilla de soja se distribuye entre varias empresas que la distribuyen en América Latina.

Si bien la comercialización está muy concentrada, no en una sola empresa.

A.L. – Me imagino que las ganancias de esta empresa estadounidense deben ser impresionantes.

I.N. – Es una de las empresas que tiene mayores ganancias a nivel mundial. Las corporaciones vinculadas a la agricultura son las que tienen mayores ganancias a nivel mundial incluso, superiores a las del producto bruto interno de algunos países como Uruguay, por ejemplo.

A.L. – ¿Cómo se explica en Uruguay, en el marco de esta explosión de toda la región de la plantación de soja, que se haya plantado; en el 2000 10.000 mil hectáreas y en el 2008 se esperen 440 mil hectáreas?

A.B. – La explicación es mutlicausal: una es la que habíamos hablado de los mercados internacionales que estaban demandando el grano de soja vinculado a estos factores.

Entonces, hay un buen precio internacional de la soja.

Otra es la llegada de agricultores argentinos que con grandes conocimientos tecnológicos, e importantes capitales invierten en la plantación de soja que complementan con la producción que tienen en Argentina.

La producción de soja a en Uruguay es infinitamente menor que la producción argentina.

Cuando en Argentina plantan 17 millones de hectáreas que es un Uruguay entero; en Uruguay hay 450 mil. Entonces son pequeños apéndices de empresas argentinas que se están instalando en nuestro país.

Lo que pasa es que en Uruguay terminan siendo muy fuertes; estamos hablando de más de 10 mil hectáreas cada una (una empresa puede concentrar 40 mil hectáreas).

Entonces estamos hablando de corporaciones extranjeras, buenos precios internacionales, y disponibilidad de conocimientos técnicos para realizarla. Por lo tanto, se da una mezcla que permite que haya siembra importante de soja y que exista un crecimiento con un paquete tecnológico bastante conocido.

Cuando realiza la siembra (en este caso la soja), naturalmente no crece sola, siempre crecen otros pastos que están vinculados al lugar y para eso hay dos formas de sacarlos: una mecánica, es decir que alguien pase y lo saque y la otra, química que es echando un herbicida.

Después que la planta crece si uno echa un herbicida a la planta también la puede lastimar.

Esta soja trae incorporado un gen que uno echa herbicida y ella sigue quedando viva y puede seguir creciendo. Entonces eso facilita muchísimo las plantaciones a grandes escalas, grandes superficies con poca gente y mucha maquinaria y grandes rendimientos con bajo costo.

I.N. – Se podría decir que esta situación viene asociada a la configuración de un escenario de muy alta rentabilidad para el cultivo de soja a nivel mundial y en particular en la región. Hay que decir que América Latina y el Cono Sur en particular, tienen algunas características que la hacen más propicia para sembrar cultivos y para que éstos tengan una alta rentabilidad.

Hay una disponibilidad muy importante de recursos naturales de buena calidad, entre ellos el suelo. Son conocidas las altas fertilidades de los suelos de la Pampa Húmeda en Argentina y del Litoral Oeste en el Uruguay y en el Sur de Brasil.

Esta ecoregión presenta niveles de potencialidad productiva para cultivos agrícolas muy alta lo que promueve la migración de capitales vinculados al agronegocio a esta zona del planeta. Además existe una mano de obra barata con respecto a otros lugares del mundo y, —en términos comparativos—, una estabilidad institucional que permite el desarrollo de negocios rentables sin que esto implique situaciones posiblemente conflictivas con las poblaciones locales.

Esto es una comparación que es bastante válida para ver el caso de América Latina y Africa.

América Latina tiene condiciones de estabilidad institucional mucho más favorables que Africa para el desarrollo de estos grandes negocios a nivel de la agricultura y esto es muy atractivo para los capitales.

A.L. – ¿Esta explosión de la soja en Uruguay desplazó a otros cultivos?

Una de los elementos que manejan en el libro «Soja transgénica y sus impactos en Uruguay» es que la soja necesita mucho menos mano de obra en el campo que otros plantíos agrícolas.

I.N. – Que otros plantíos agrícolas y que otros tipos sociales vinculados a la agricultura.

Si hacemos una comparación entre rubros, por ejemplo la lechería genera empleo a razón de 22 trabajadores cada 1.000 hectáreas.

La agricultura extensiva en general, en producciones como el trigo, la cebada, el maíz, o el sorgo generan en promedio (con datos del 2000), empleos para 10 trabajadores cada 1.000 hectáreas.

La soja, —con los últimos datos que disponemos—, genera empleo a razón de 1 o 2 trabajadores cada 1.000 hectáreas.

Un tipo de tecnología, una forma de producción que favorece la gran escala, permite la utilización de grandes maquinarias y por tanto, sustituye en gran medida capital por trabajo. Esto se enmarca en la denominada «Revolución Verde», proceso que desde los años ‘60 viene configurando una agricultura cada vez más parecida a la industria, y en donde las tecnologías que se aplican sustituyen hombres por máquinas u hombres por insumos externos a los sistemas de producción

Entonces, la producción de soja hay que enmarcarla en ese modelo de agricultura que cada vez se parece más a la producción industrial.

A.L. – Quisiera preguntarles por la concentración de la tierra y la extranjerización, un tema del que se viene hablando mucho en el Uruguay. En lo que tiene que ver con la soja, ¿cuál es la realidad?

I.N. – Hay que contextualizar lo que sucede con los procesos que se vienen dando en la agricultura más o menos desde mediados de los ’60 en Uruguay.

Con esta consolidación de un modelo de agricultura en donde la industrialización o estas pautas más parecidas a la industria es una regla, la llegada de actores externos o de productores del extranjero y el proceso de concentración de la tierra ha sido también una regla a lo largo de estos años.

Este proceso de «sojización» por llamarlo de alguna forma, viene a consolidar esta tendencia a la concentración de la tierra en la agricultura uruguaya.

Es cierto que en los últimos 5 años ha habido una tendencia a la desaparición de los agricultores de menos de 300 hectáreas, se estima que han desaparecido entre el 2000 y el 2005 el 47% de los agricultores de ese estrato.

A.L. – Crisis de por medio.

I.N. – Sí, que no hizo más que profundizar una tendencia a la desaparición de la pequeña agricultura en el Uruguay. Este nuevo tipo de agricultura favorece la producción a gran escala y tiende a expulsar a otros tipos de producciones de menor escala y con menor tecnificación.

Es prácticamente una regla de la competencia en el mercado que esto suceda y procesos como este profundizan las tendencias a la desaparición de la agricultura familiar.

A.L. – ¿Además de concentrarse, la tierra en el caso específico de la soja pasó a manos extranjeras?

A.B. – En el caso específico de la soja hay cifras que son bastante elocuentes: de las 440 mil hectáreas que usted señalaba hoy, unas 200 mil hectáreas se estima que están siendo desarrolladas o sembradas por productores argentinos. En realidad son grandes corporaciones de origen argentino que en muchos casos son fusiones de capitales de otras empresas de origen transnacional que manejan en Uruguay 20 mil hectáreas o más.

Estas corporaciones en gran medida se están apropiando, no en el término estricto de propiedad porque la modalidad fundamental del uso de la tierra es a través del arrendamiento, pero están dominando y manejando extensas superficies de la agricultura nacional y con tecnologías que en ocasiones, están distorsionando y generando impactos muy negativos sobre los suelos.

A.L. – Estas corporaciones básicamente arriendan la tierra, pero el productor cuando termina de arrendarla en unos años es posible que el suelo esté muy erosionado. ¿Esa es una de los temores?

I.N. – Esa es una de las hipótesis.

A.B.- Esa es una de las cosas que se teme y que hay evidencias claras de que esto está pasando a tal punto que el gobierno uruguayo ha lanzado la implementación de un decreto sobre la conservación de suelos, vinculado fundamentalmente al lecho de la soja.

Es decir, el gobierno ha notado claramente este tema y dentro del marco legal existente desde el año 81 ha puesto inspectores y ha afinado cuáles son las multas que se van a cobrar. El tema preocupa porque el suelo se pierde y es un recurso finito.

Muchas de estas empresas trabajan en casi el 90% de la superficie arrendada. Se está buscando la forma de controlar el uso de la tierra. Lo más importante es cómo se usa, desde mi punto de vista es mucho más importante el cómo se usa que de quién es el dueño de la tierra.

Hay un gran debate y una gran sensibilidad por parte de los agricultores familiares en el tema de la extranjerización de la tierra.

Lamentablemente carecemos de datos subjetivos en cuanto a la existencia de una extranjerización de la tierra.

Sabemos que en los últimos años cambiaron de mano 4 millones de hectáreas en el Uruguay. Eso quiere decir que la cuarta parte de la superficie del país cambió de manos.

Ahora, datos precisos de cuáles son argentinos, cuáles son uruguayos, cuáles son brasileros, cuáles son norteamericanos; eso es el debe que tenemos.

A.L. – El propio Ministerio de Ganadería nos reconoció que no existen estos datos.

Otro de los temas importantes y que tiene que ver también con la producción nacional es que esta gran cantidad de soja que se producen en el Uruguay. Cómo decíamos se exporta prácticamente sin procesar y a su vez Uruguay es un importador, no sólo de la semilla sino también de todos los derivados.

Entonces acá también se pierden puestos de trabajo en la industria. ¿Por qué estamos frente a esta situación y cómo la resuelven los países vecinos?

A.B. – Como dijimos al principio, esto es una cuestión de escala, son sistemas que precisan una escala enorme.

Justamente Argentina tiene en la zona de Rosario las plantas industrializadoras más grandes y eficientes prácticamente del mundo.

Estamos al lado, en la misma hidrovía de los competidores más eficientes del mundo.

Argentina es eficiente al punto que compite a nivel mundial, ellos sí transforman casi toda la soja que producen porque tienen escalas y plantas de última tecnología.

Uruguay incluso tiene cierta capacidad de producir gracias a protecciones arancelarias vinculadas al MERCOSUR que le permiten tener protecciones en su industria aceitera, (básicamente para la importación en mayores de 5 litros).

Por lo tanto, como el proceso es similar, del grano se sacan dos productos: el aceite por un lado y la harina por el otro, en ese proceso se genera una cadena importante hacia la producción animal que está vinculada con la harina y a la cadena hacia el consumo humano que está vinculado al aceite.

Entonces, es muy difícil competir en el tema de escalas y no hay planteado grandes expectativas en ese sentido.

Para tener la misma cantidad de superficie de soja que Argentina tendríamos que plantar todo el Uruguay y todavía nos faltaría.

Tendríamos que invadir a Brasil. (Risas)

A.L. – Retomar los antiguos límites

A.B. – Retomar los antiguos límites: ir hasta el Ibicuy, pero es donde vemos la dificultad.

Básicamente lo que se hace es transitar la Ruta 21, llegar a Nueva Palmira y exportar el grano. Hay grandes silos, toda una infraestructura que se mueve a través de los silos y es lo que se llama el acondicionamiento del grano que es prepararlo para la exportación.

Eso es el movimiento que existe hoy de procesamiento posterior, también se importan los agroquímicos.

Se importan 20 millones de dólares en semillas y se importa muchísima harina de soja para la alimentación que nuestros animales también están consumiendo.

A.L. – ¿Y cuál es la solución a todo esto? ¿Hay que ponerle un impuesto a la exportación de este grano sin procesar las famosas detracciones como pasó en el gobierno de Cristina Kirchner?

I.N. – En el libro y en estos trabajos que están compilados en este tema que estamos trabajando, no ahondamos en posibles propuestas para mitigar esta situación de alguna forma negativa.

El tema de las detracciones está en el tapete, está en la polémica y puede ser un instrumento interesante para promover procesos de desarrollo endógeno a partir del crecimiento económico que genera la soja.

Habría que debatirla y discutirla. Lo cierto es que la posibilidad de discutir esa estrategia parece por lo pronto, bastante cuestionada desde el punto de vista de su legitimidad, teniendo en cuenta cómo se ha resuelto el conflicto campo-gobierno en Argentina.

Esto no descarta en sí la legitimidad conceptual de la propuesta, pero sí su legitimidad política.

Si en Argentina fracasó y los sectores del campo organizado lograron dar vuelta una propuesta del gobierno en ese sentido, ponerse a discutir esto en Uruguay puede ser peligroso aunque sería interesante.

Personalmente entiendo que es una propuesta interesante por dos razones: una, la de utilizarla como instrumento para promover el desarrollo nacional interno. Otra para gravarlo sobre las sobre ganancias que están recibiendo actualmente los productores de soja que son grandes productores argentinos. Incluso los uruguayos que también implica profundizar y afianzar la desigualdad estructural que existe hoy en el campo y que es constatable a través de la cifra de los ingresos de los diferentes sectores sociales. Una medida de este tipo puede ser un mecanismo para mitigar la profundización de las desigualdades.

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